Con casi cuatro millones y medio de parados en España y una tasa de desempleo del 21% que supone que una de cada cinco personas que están en edad de trabajar no puede hacerlo porque el mercado laboral no lo permite; con medio millón de desempleados más que hace un año y una destrucción del empleo de más de 60.000 puestos de trabajo en el último mes, las perspectivas de encontrar un empleo en nuestro país no son las más halagüeñas. Y eso mismo han pensado más de 50.000 personas que han decidido dejar de buscar empleo en el primer trimestre del año. ¿Para qué si lejos de haber nuevas expectativas se han destruido 2,4 millones de empleos?
La recesión económica comenzó hace unos años casi con alivio por parte de los primeros empleados que fueron ‘invitados’ a dejar su puesto de trabajo. Y me explico: trabajadores de la construcción que llevaban subidos encima de un andamio desde los 16 años veían cómo se les indemnizaba con suculentas cifras y se les daba dos años de tregua cobrando el paro. Era el negocio redondo -pensaban- porque naturalmente antes de que expirara ese plazo encontrarían empleo de nuevo cobrando cifras similares a las que habían dejado de cobrar como ‘paletas’. Pero el tiempo ha pasado y no sólo no han encontrado trabajo antes de que se les terminaran las prestaciones por desempleo sino que han agotado ya el paro y las ayudas familiares. Y no sólo las suyas sino también las de la mayoría de miembros activos de la unidad familiar que a lo largo de estos años también, y como ellos, han ingresado en las listas del paro seguramente con un problema mayor y es que las indemnizaciones no les han llegado o han sido tan pequeñas que no les ha permitido, como a los primeros, contar con un colchón que les ayudara a respirar.
Seis años después de que se iniciara la crisis los empleos que quedan son más precarios porque los empresarios han tenido que apretarse el cinturón y aplicar restricciones a los empleados que mantienen –incluso la administración ha tenido que bajar los sueldos de los funcionarios…-. Y además está la sensación de desánimo, de desconsuelo, de falta de alegría en el consumo… Es lo que trae la destrucción del empleo, lo que ha traído la crisis a España, lo que ha motivado, dicen, la burbuja inmobiliaria. En 1929 la crisis económica mundial la provocó la Bolsa y la de principios del siglo XXI la ha provocado la burbuja inmobiliaria. No sólo en España sino también en el resto del mundo, aunque algunos se recuperen antes que nosotros.
Hay un dicho popular, de esos que recogen toda la sabiduría, que dice “no hay mal que cien año dure” y afortunadamente la historia nos dice que las recuperaciones no necesitan de un centenar de años para producirse, aunque a nosotros se nos haga muy largo. Y no sólo eso sino que durante las crisis y la recuperación de éstas hay nuevas oportunidades de negocio. Porque ¿quién podría decir que una guerra mundial puede tener efectos positivos para alguien? Pues sin duda los tuvo, y no nos referimos de los que se aprovecharon del estraperlo o hicieron negocio de las armas -que ahí ya hablamos de enriquecerse directamente del sufrimiento de las personas- sino de la oportunidad de quienes por medios honrados por ejemplo fabricaron los uniformes de los combatientes o participaron en la reconstrucción una vez finalizada la contienda…
Esta crisis, la que nos tiene en jaque estos últimos años y donde afortunadamente no hay sangre por medio aunque el hambre ya esté apareciendo en casas antes acomodadas, está haciendo florecer nuevas fórmulas de trabajo. Las mujeres acostumbradas a remangarse y hacer malabares ante las dificultades hogareñas comparando precios y escuchando las recomendaciones de la vecina para encontrar la oferta más adecuada lo han entendido muy bien. A pesar de que muchas de ellas habían estado en casa ocupadas en la crianza de sus hijos cuyos hogares eran mantenidos exclusivamente por el dinero que los maridos traían de sus empleos ahora han tomado el toro por los cuernos y se han iniciado en negocios que aportan pequeñas (o grandes -y a veces las únicas-) cantidades de dinero a la economía familiar. Es el caso de la venta directa, de la recomendación. Del Avón llama a su puerta, del Mary Kay empresaria independiente. Es el caso del Plan B que se vuelve Plan A cuando no hay más remedio o cuando ‘la cosa’ crece y empieza a ir bien.
La oportunidad en muchos casos se llama marketing relacional y se basa en la confianza. Porque estos tiempos de crisis nos han enseñado a desconfiar de los duros a cuatro pesetas, del señor de la corbata y de la revaloración de nuestras casas. Antes acudíamos a restaurantes casi todos los días (aunque fuera a comer de menú) e íbamos al cine todas las semanas. Así que entrábamos en locales que nos habían recomendado y en otros de los que no teníamos referencia… total, por probar… mañana iríamos a otro. Pero ahora las cosas han cambiado, tenemos la oportunidad de salir tan poco que vamos a lo seguro. Sólo al sitio y a ver la película que nos han recomendado y siempre alguien que nos ofrezca garantías. Esto mismo ocurre con los productos que compramos, necesitamos el sello de la recomendación. Pepita lo usa, María me dice que es el mejor… y además me lo vende ella misma. Es el negocio del siglo XXI: es la venta directa. 70 millones de personas en el mundo ya la han convertido en su fuente de ingresos. Es la apuesta por la confianza, que además nos aporta dinero… dos de las cosas que más falta nos hacen en esta época de crisis.